Jairo tenía solamente una hija, que con escasos 12 años de edad, agonizaba. Esperanzado, había ido a ver a Jesús que por casualidad ese día pasaba cerca de su casa. Quiero pensar que había escuchado de sus milagros, y decidió ir a pedirle que hiciera uno para sanarla antes que fuera demasiado tarde y muriera. Nada tenía que perder; pero tenía que actuar con rapidez. ¡Qué desesperación!
Cuando lo encuentra está rodeado de una multitud que lo oprime y no lo deja caminar. ¿Cómo voy a llegar hasta él?, debió preguntarse. Toda esa gente con sus peticiones –que debieron parecerle absurdas- tendrían la culpa si su hija moría. Se mete entre la gente y finalmente alcanza a llegar hasta Jesús y expone su apremiante necesidad. Jesús le responde que irá a sanarle, lo que le devuelve un poco de esperanza; pero lo mete en otro obstáculo: ahora tenía que sacar a Jesús de allí y quitarle toda esa gente que se lo estaba distrayendo. Cada uno parecía estar centrado en su propio problema, y a nadie le importaba su hija.

